
Desde la llegada del nuevo milenio, las redes sociales han pasado a ser un espacio de ocio común para muchas personas y, cada vez más, son usadas como herramienta para influir en la opinión de sus usuarios.
Al activismo social y político tradicional se le ha sumado el “activismo en redes” y muchas mujeres tratan de usar espacios como Facebook, WhatsApp, Instagram, Twitter, para divulgar y hacer pedagogía del feminismo, crear una comunidad feminista en línea, denunciar injusticias que se cometen contra las mujeres y ser, en definitiva, un altavoz de la lucha por los derechos de las mujeres.
En los últimos años hemos visto como el feminismo, por una parte, está volviendo a ser demonizado, víctima de cazas de brujas y, por otra, está queriendo ser vaciado de contenido y resignificado, víctima de estrategias de entrismo. Se están usando términos como “feminista liberal” y “feminista radical” para primero hacer entender que existen diferentes (y opuestas) visiones feministas, y para posteriormente tratar de expulsar a las feministas (radicales) de su propio movimiento político usando calificativos despectivos como TERF y una amplia estrategia de difamación en medios y redes sociales, que incluyen campañas de acoso y de censura y lo que hoy se conoce como “cultura del cancelling”.
¿Qué papel tienen las redes sociales en la trivialización y adulteración del debate feminista? ¿Merece la pena hacer activismo en redes sociales? ¿Cómo nos afecta emocional y socialmente? ¿Por qué es difícil renunciar a una cuenta en redes sociales? ¿Cuánto hay de idealismo y responsabilidad social y cuánto hay de adicción? ¿Qué estrategias de divulgación y reivindicación feministas pueden ser las más efectivas en la era de internet?
Es imposible transmitir argumentos elaborados, y de cómo las redes sociales socavan la verdad y la convierten en un artículo de venta al mejor postor. Las redes sociales polarizan la opinión de sus usuarios.