
Fijémonos ahora en otro fenómeno universal: los deportes. La organización internacional de los deportes conlleva una enorme cantidad de dificultades, precisamente por ser todo el tema competitivo en sí mismo.
Pues bien, nos encontramos con que los deportes tienen una organización internacional que ya quisieran para si las mismas Naciones Unidas. Las directrices y órdenes emanadas del Comité Olímpico Internacional o de la FIFA, por poner sólo dos ejemplos, son obedecidas mucho más cuidadosamente que las condenaciones, embargos o resoluciones emitidas por las Naciones Unidas, que con mucha frecuencia son rechazados por los países contra los que van dirigidos.
La enorme cantidad de preparativos y de gastos que conllevan unos Juegos Olímpicos, podría hacer pensar que serían un obstáculo insalvable para su celebración. Y sin embargo, vemos con qué regularidad cada cuatro años, todas las naciones del orbe, a pesar de estar enzarzadas en innumerables disputas y hasta guerras, se dan cita en un lugar para competir en un sinnúmero de deportes.
Pretenden juntar a la gente y excitarla de alguna manera para así obtener de una manera unificada la energía que emana de sus cerebros. Imagine ahora el lector un estadio un domingo a las tres o cuatro de la tarde, repleto de gente vociferando y gritando hasta enronquecer, presos de la angustia o de la ira, si su equipo está perdiendo, y exultantes de júbilo si su equipo gana. Y piense que a cuarenta o cincuenta kilómetros de distancia, en la ciudad más próxima se está repitiendo el mismo espectáculo; y si pudiese remontarse hasta una gran altura y tener una vista de águila, vería que en toda la nación, en ese mismo momento, hay cientos de campos de deportes y de estadios repletos de gente vociferando con el mismo entusiasmo. Y si se eleva aún más, verá que no sólo en su nación, sino en toda Europa hay miles de campos llenos de gente exultante o aullante.
Por encima y al margen de todas las crisis económicas, sociales o políticas; y hasta por encima de las dificultades climatológicas ya que es cosa bastante frecuente, que los partidos se celebren en días ventosos y con temperaturas bajo cero, o con los campos encharcados y aun con nieve, como sucede en el fútbol norteamericano.
Cruzar los telones de acero y las complicadas aduanas que nos separan de los países comunistas, no es cosa fácil; sin embargo, para el deporte no existen semejantes trabas, y lo que no logran comisiones de comercio o culturales y grupos turísticos, lo logran con toda facilidad equipos enteros de deportistas, tanto en una dirección como en otra. Puede ser que el gran confrontamiento bélico Rusia-Estados Unidos, estalle mientras se está celebrando una gran final de baloncesto entre ambos países, en el Madison Square Garden.
Piense por un momento el lector en la llamada «fiesta nacional». Un coso abarrotado de seres humanos, apiñados y vociferantes, enardecidos por un lado por las bravas embestidas del toro, y angustiados por otro, ante la posibilidad de una cogida mortal cada grácil quiebro del diestro genera una onda psíquica, gigante y rítmica, que sale de la plaza y se eleva invisible hacia las alturas. Como en un altar imponente— ¡un hermoso toro! soltando chorros de sangre caliente y entregando violentamente en segundos toda su pujante vida al filo del estoque.
Los hombres jugando con el animal, y los dioses jugando con el hombre. Pero el hombre no se da cuenta.
Para terminar este tema, insistiré en que practicar el deporte, es una cosa completamente natural en los seres humanos; pero una tal organización tan perfecta y tan eficiente (en un mundo tan desorganizado y en el que tantas grandes instituciones funcionan tan mal), que logra llenar semana tras semana, infinidad de estadios, de seres humanos excitados, es algo que lo llena a uno de muchas sospechas.